El cáncer de mama es un problema, no una sentencia y se puede superar

El cáncer de mama es un problema, no una sentencia y se puede superar

Hoy es un día de cierre. Un día para mirar hacia atrás y, sobre todo, para dar las gracias. Cinco años después de aquel diagnóstico de cáncer de mama, me encuentro en una posición que parecía inalcanzable en mis momentos más oscuros: la de la superación. Y esta meta no es solo mía; es un triunfo compartido con un sistema y unas personas que son el verdadero motor de la vida.

Desde el primer momento, mi camino se cruzó con el de la Sanidad Pública, esa joya social que, a pesar de sus desafíos, garantiza el derecho fundamental a la salud. Mi gratitud es inmensa hacia este sistema que me ha acogido y tratado con rigor, sin preocuparme jamás por los costes o la accesibilidad. Es la base que sostiene todo lo demás.

La profesionalidad con alma

Si he aprendido algo en estos cinco años de  cirugía, radioterapia y revisiones constantes, es que la ciencia y la humanidad no solo deben ir de la mano, sino que son inseparables en el contexto de la enfermedad.

A mis oncóloga gracias. No solo por la precisión de los tratamientos y el seguimiento exhaustivo, sino por la honestidad en el pronóstico y el respeto en la comunicación. A mi cirujana y a todo el equipo de quirófano, que intervinieron con la máxima pericia y me cuidaron en la fragilidad más absoluta. A cada enfermera, auxiliar, técnico de radioterapia, farmacéutico hospitalario y personal de administración: gracias.

Gracias a todos los profesionales que trabajan con empatía, respeto y cariño. Ellos son el verdadero bálsamo. Un apretón de manos tranquilo, una mirada que consuela sin paternalismos, una explicación paciente que disipa la niebla del miedo; son gestos que transforman una experiencia aterradora en algo meramente difícil. Hicieron que, dentro de lo complicado, todo resultara un poco más sencillo. Su calidad humana es tan vital como el fármaco más avanzado

Más allá de la «Guerrera»

Durante estos años, la sociedad tiende a etiquetarnos como «guerreras» o «luchadoras». Agradezco la intención, pero debo disentir. Mi experiencia me dice que no soy más que una persona que se ha enfrentado a un problema. Un problema de salud complejo, sí, pero no inherentemente más heroico que el que enfrenta cualquier persona con otro diagnóstico de cáncer, aquellos que viven con dolor crónico, o quienes se enfrentan a cualquier otra situación vital que les paraliza.

El verdadero coraje no reside en el título de «guerrera», sino en el acto simple y profundo de levantarse cada mañana y seguir con la vida que toca. El mérito es de la ciencia y de quienes la aplican con corazón.

El silencio sanador de mi familia

Finalmente, y de forma crucial, mi apoyo incondicional ha sido mi familia.

Para ellos, mis palabras más profundas de agradecimiento. Su respeto, su presencia discreta y su capacidad de no invadir fueron mi verdadero refugio. Me enseñaron que, a veces, el apoyo más poderoso es el que se ofrece en silencio. Más que preguntar «¿Cómo estás?» —una pregunta que a menudo me obligaba a poner una máscara de fortaleza—, ellos me han dicho: «¿Qué necesitas?»

Esa simple frase, práctica y respetuosa, me devolvió la agencia sobre mi propia vida. Me permitió ser yo misma, con mi miedo y mi vulnerabilidad.

Cinco años después, el único mantra que resuena en mi corazón es: Gracias, gracias, gracias. A la Sanidad Pública, por existir. A los profesionales, por su excelencia y su calor humano. Y a mi familia, por amarme en la quietud.

La vida sigue, y lo hace con un profundo respeto por cada pequeño acto de bondad y profesionalidad que me ha traído hasta aquí.

Firmado: Belen Aren

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