Autor: Belen Aren
Más allá de la tragedia material, la devastación ecológica y humana de los fuegos en España resuena con una intensidad particular en aquellos que percibimos el mundo con una sensibilidad profunda.
El humo que emana de los bosques españoles no solo nubla el cielo, sino que también oscurece el alma de muchos. Para la mayoría, las noticias de los incendios forestales son una fuente de preocupación, tristeza y, a menudo, rabia. Sin embargo, para las personas altamente sensibles (PAS), la tragedia de cada hectárea quemada, cada hogar perdido y cada vida afectada es una experiencia que se vive con una intensidad abrumadora, casi como si fuera propia.
En un contexto de crisis como los incendios, esto se traduce en una empatía exacerbada que convierte las noticias en un torrente de dolor compartido. No es solo una cuestión de ver la destrucción; es una sensación de conexión profunda con el sufrimiento de la tierra, de los animales y de las personas.
La conexión con la naturaleza y la pérdida del «hogar»
Para muchas personas altamente sensibles, la naturaleza no es un simple paisaje, sino una fuente vital de calma y recarga energética. Los bosques, en particular, son espacios de paz y sanación. Ver cómo estos santuarios de vida se convierten en cenizas es una herida emocional profunda. No se trata de la pérdida de un recurso, sino del desgarro de un vínculo. El alma del bosque, que tantos hemos sentido, desaparece en el humo, y con ella, una parte de nuestro propio bienestar.
Cada árbol carbonizado es una puñalada en la conciencia, un recordatorio brutal de la fragilidad del ecosistema y de la impotencia humana ante una fuerza tan devastadora. La sensación de vulnerabilidad se intensifica al ver cómo la belleza y la vida se desvanecen en cuestión de horas. Esta pérdida va más allá de lo ecológico; es una tragedia humana y espiritual que resuena en lo más hondo del cada uno de nosotros los PAS.
El eco del sufrimiento humano y animal
Las noticias sobre la evacuación de pueblos, la desesperación de quienes lo han perdido todo y el miedo en los ojos de las familias y sus mascotas tienen un impacto directo en el sistema nervioso de una persona altamente sensible. La empatía abrumadora nos hace sentir el dolor de la pérdida de un hogar, de recuerdos que no se recuperarán y de una vida que se esfuma entre las llamas. Nos imaginamos la angustia de los evacuados, la incertidumbre de no saber qué pasará mañana, y la tristeza de los ancianos que ven cómo el lugar donde crecieron se convierte en un páramo desolado.
A menudo, nos sentimos culpables por nuestra propia seguridad, por estar lejos del peligro mientras otros sufren. Nos preguntamos qué podríamos hacer para ayudar, y la impotencia se convierte en un peso insoportable. No es solo la tristeza de la tragedia, sino también la sensación de ser un mero espectador, de no poder aliviar el dolor de quienes están en el frente de batalla.
La situación de los animales es particularmente desgarradora. Las imágenes de aves con las alas quemadas, ciervos desorientados y animales de granja atrapados en el fuego son una tortura visual y emocional. Para las personas que nos sientimos profundamente conectadas con la vida en todas sus formas, este sufrimiento es incomprensible y agonizante. La incapacidad de proteger a estas criaturas inocentes nos genera una angustia profunda que puede derivar en estrés, ansiedad y, en algunos casos, depresión.
Sobrecarga sensorial y noticias como detonantes
La cobertura mediática continua, con imágenes impactantes y relatos dramáticos, puede ser un detonante de sobrecarga sensorial para una persona altamente sensible. El bombardeo constante de noticias, videos y fotos de la devastación satura nuestro sistema nervioso.
Es crucial establecer límites en el consumo de noticias, tomar pausas y buscar actividades que nos ayuden a volver a un estado de calma Desconectar por un tiempo no es un acto de egoísmo, sino una necesidad para preservar su salud emocional y evitar que la desesperanza se apodere de ellos.
La esperanza en la acción y el dolor colectivo
A pesar de la oscuridad, la alta sensibilidad también puede ser una fuerza impulsora para el cambio. El dolor compartido puede canalizarse en acciones significativas, como donaciones a organizaciones que luchan contra los incendios, voluntariado o la concienciación sobre la importancia de la prevención y el cambio climático.
La empatía que experimentamos puede unir a las personas y generar un sentido de comunidad y solidaridad. El dolor de los incendios no es una experiencia aislada, sino una tragedia que nos afecta a todos. Para las personas altamente sensibles, es un recordatorio de nuestra interconexión con el planeta y con los demás.
En última instancia, el sufrimiento que experimentamos ante los incendios no es un signo de debilidad, sino una manifestación de su profunda humanidad. Nuestro dolor es un reflejo de nuestra capacidad para sentir, para conectar y para amar un mundo que, a pesar de sus tragedias, sigue siendo hermoso. Nuestra empatía es un faro que nos recuerda que, incluso en las cenizas, la esperanza y la compasión pueden florecer. Es un llamado a la acción, a la protección de nuestro hogar común y a la necesidad de sanar, tanto el paisaje como el alma.
En un momento como este, esto segura que todos, somos Altamente Sensibles y que vamos a levantar la voz, más alla de las tertulias en la terraza del bar, para que nada de esto vuelva a suceder. El cambio empieza en cada uno de nosotros. ¿Lo intentamos?