La angustia, esa sensación desagradable que puede ser una emoción, un sentimiento o un pensamiento, es algo que todos experimentamos. Pero para mí, como persona altamente sensible (PAS), su vivencia y sus implicaciones adquieren una dimensión y una intensidad particularmente desafiantes. Mi forma de procesar la información sensorial y emocional es más profunda, y esto hace que la angustia no sea solo un malestar pasajero, sino una condición que afecta profundamente mi día a día, mi forma de razonar y mi capacidad para interactuar con el mundo.
Para mí, la angustia se manifiesta de muchas maneras. A veces, la siento como una profunda tristeza que me cala los huesos, un temor que parece no tener una causa clara pero que me paraliza, un enojo que me consume de una forma que no veo en los demás. Otras veces, es una abrumadora sensación de impotencia o una desesperanza que parece no tener fin. A menudo, me siento fuera de control de mis propias emociones, como si una ola gigante me arrastrara. Incluso, a veces dudo de mi propósito o significado en la vida. La necesidad de aislarme de la gente se convierte en una respuesta casi instintiva ante la sobrecarga de estímulos y emociones que me genera cada rayo de luzm cada olor, cada sonido…
He aprendido que cierto nivel de angustia es, en cierto modo, normal para mí, dada mi naturaleza de persona altamente sensible. Mi capacidad para percibir cada sutileza, para empatizar profundamente con el sufrimiento ajeno y para procesar los estímulos externos e internos con gran detalle me expone a una carga emocional mucho mayor que a otras personas. En un mundo donde la estimulación es constante, puedo experimentar una preocupación amplificada por cosas que a otros les parecen triviales: una noticia en la televisión, una pequeña discusión con alguien, o incluso el simple hecho de estar en un lugar con mucha gente.
Para mí, el miedo va más allá de lo que la gente entiende por «preocuparse». Puedo sentir una profunda preocupación por el más mínimo cambio en mi cuerpo, pensando en lo peor, o preocuparme excesivamente por cómo mis seres queridos sobrellevarán cualquier dificultad, absorbiendo su posible dolor. A menudo, el temor acerca de lo que el futuro me depara se convierte en una constante, y preguntas existenciales como “¿Por qué me está pasando esto a mí?” o “¿Podré con esto?” son una parte frecuente de mi diálogo interno. La sensación de seguridad puede diluirse con facilidad, dejándome con sentimientos de exposición, debilidad y vulnerabilidad.
Hay momentos específicos que mi angustia se dispara…
- Los cambios significativos, por pequeños que sean: un nuevo programa de la Asociación, reorganizar mi casa o incluso la necesidad de adaptar mi rutina.
- Esperar resultados importantes: ya sea de una prueba médica, la respuesta a un mensaje importante.
- Confrontar conflictos o tensiones interpersonales: Soy como una esponja para las emociones de los demás, y un ambiente tenso me genera una angustia inmensa.
- Situaciones de alta estimulación: Los ambientes ruidosos, las multitudes, o los eventos con mucha interacción social me abruman y me agotan rápidamente.
- Experimentar un fracaso o una crítica: Las internalizo con una intensidad que me deja tocado por días, incluso si la crítica era constructiva.
- Sentir la injusticia o el sufrimiento ajeno: Mi empatía es tan fuerte que el dolor de los demás se vuelve, en parte, mi propio dolor. Me afectan mucho las imagenes de niños en Gaza
A veces, mi angustia puede trascender un nivel que considero «normal» para una PAS y empieza a interferir gravemente con mi funcionamiento diario. Es entonces cuando me doy cuenta de que la situación se ha vuelto más seria. La angustia me dificulta concentrarme en mis tareas, me quita el sueño durante días o me hace perder el apetito. Puedo empezar a tener pensamientos recurrentes de preocupación y catastrofismo que no logro controlar, incluso cuando intento distraerme.
Los signos y síntomas de que mi angustia es más grave son evidentes:
- Siento un agobio tan grande que roza el pánico.
- Me siento abrumada por una sensación de pavor constante, como si algo terrible fuera a pasar.
- Estoy tan triste que no creo que pueda soportar las demandas del día a día.
- Me vuelvo inusualmente irritable y enfadada por cosas insignificantes.
- Mi concentración es pobre, tengo un «razonamiento confuso» y problemas repentinos de memoria.
- Me cuesta enormemente tomar decisiones, incluso las más simples.
- Me siento sin esperanzas, preguntándome si vale la pena continuar con ciertos esfuerzos o actividades.
- Mis conflictos familiares o de amistad parecen imposibles de resolver debido a mi hipersensibilidad, y me siento incomprendido.
- Llego a cuestionarme mis propias creencias, sintiendo un vacío existencial.
Además, he notado que la falta de límites personales claros, la exposición prolongada a entornos estresantes o la dificultad para expresar mis necesidades y emociones amplifican mi angustia. Las experiencias pasadas también influyen, haciendo que sea más vulnerable a caer en estos estados.
¡¡ Son tantos años viviendo con mi rasgo, que ya tengo algunas pautas para sobrellevar los estados de angustia¡¡
Mi primera línea de defensa para enfrentar esta angustia es reconocerla y validarla. Entender que estas emociones intensas no son un defecto, sino una parte intrínseca de mi forma de ser, ha sido un gran paso.
Para mí, personalmente, estas acciones son fundamentales:
- Hablar abiertamente de cómo me siento: Es crucial comunicar a las personas de mi confianza (amigos, familiares) y, sobre todo, a profesionales especializados, mis emociones y pensamientos, por insignificantes que parezcan. Buscar un terapeuta que entienda la alta sensibilidad ha sido vital.
- Establecer límites claros: Aprender a decir «no» y a proteger mi espacio y tiempo de la sobre-estimulación es absolutamente necesario para evitar la sobrecarga.
- Practicar el autocuidado de forma rigurosa: Incluyo en mi rutina tiempo de calma, actividades creativas, contacto con la naturaleza y momentos de introspección. Son mis «recargas».
- Desarrollar estrategias de afrontamiento: He aprendido técnicas de relajación, mindfulness y respiración que me ayudan a gestionar esos momentos de alta intensidad emocional.
- Identificar mis desencadenantes: Reconocer qué situaciones, personas o ambientes específicos me provocan mayor angustia me permite gestionarlos o incluso evitarlos si es posible.
Si eres un ser querido o de alguien como yo, y observas estos signos de angustia, quiero que sepas que es crucial validar sus sentimientos y ofrecer apoyo incondicional. Aunque somos las PAS quienes vivimos la experiencia, el apoyo de los demás es imprescindible para que esta sensación dure lo menos posible.
¿Te has sentido alguna vez abrumado por una intensidad emocional similar o te identificas con alguna de estas experiencias? Envianos tu opinión, dudas, miedos a asociación@activosyfelices.org