Mi Vida, un diálogo constante con el dolor

Mi Vida, un diálogo constante con el dolor

Vivir con dolor crónico es como tener un compañero de piso no invitado. Uno que nunca se va, que a veces grita y otras veces solo susurra, pero que siempre está ahí. Para quienes no lo experimentan, el dolor es un evento, algo que duele y luego pasa. Para mí, es un estado de ser, una capa más de mi identidad. No es una debilidad; es una parte de mi fortaleza, la que me permite levantarme cada mañana.

El mundo no está hecho para el dolor crónico. Los horarios, las expectativas, incluso la forma en que las personas interactúan, a menudo se basan en entender que un cuerpo funciona sin limitaciones. Algo tan simple como un apretón de manos puede convertirse en una punzada, una caminata corta en un calvario y un día de trabajo normal en una batalla agotadora. Lo más difícil de todo es la invisibilidad de mi condición.  La gente ve mi sonrisa, mi ropa, mi aparente normalidad, y asumen que estoy bien. Cuando me preguntan «¿cómo estás?», la respuesta honesta es un mapa complicado de sensaciones, pero digo «bien» porque he aprendido que la verdad a menudo incomoda.

Aprendiendo a negociar con mi cuerpo

A lo largo de los años, he desarrollado una relación compleja con mi cuerpo. No es una guerra, sino una negociación. He aprendido a escucharlo, a entender sus señales y a saber cuándo puedo empujar un poco más y cuándo debo detenerme. El dolor me ha enseñado a ser paciente, conmigo misma y con los demás. Me ha obligado a redefinir el éxito y la productividad. Un buen día no es aquel en el que hago todo lo que tenía planeado, sino aquel en el que elijo hacer lo que puedo y celebro las pequeñas victorias: haber preparado la comida, haber salido a dar un paseo o simplemente haber logrado concentrarme en un libro.

No hay una cura milagrosa, y he tenido que aceptar eso. En cambio, he encontrado refugio en las pequeñas cosas que me ayudan a gestionar la vida diaria. Una fisioterapeuta que comprende mi condición, la práctica de la meditación para calmar mi sistema nervioso y una red de apoyo que me escucha sin juzgar. Y lo más importante, he aprendido a no dejar que el dolor sea el protagonista de mi historia. Es un personaje secundario, uno molesto y persistente, pero no el principal. Yo sigo siendo la directora.

Vivir con dolor crónico es una lección de humildad y resiliencia. No es algo que se desea, pero ha forjado en mí una empatía profunda y una apreciación por los momentos de alivio que la mayoría de la gente da por sentado. Para aquellos que no entienden, solo les pido una cosa: no me pregunten si estoy «curada». Pregúntenme cómo estoy hoy. Y escúchenme, porque detrás de la palabra «bien», hay una vida compleja, una lucha silenciosa y, sobre todo, una voluntad inquebrantable de seguir adelante.

Belén Aren. Vivir con Dolor Crónico ( 1)

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